viernes, 6 de febrero de 2015

Moclín (Granada). Las últimas batallas entre moros y cristianos en la península ibérica.

A Moclín se le denomina el 'escudo de Granada' por ser frontera natural entre los reinos cristianos y nazarí durante más de 140 años. Aquí tuvieron lugar las últimas batallas entre moros y cristianos de la peninsula y aquí pasaron varias temporadas los reyes católicos. 



Actualmente es un enclave de gran atractivo turístico, paisajístico y cultural, forma parte de la ruta del califato y de la ruta mozárabe del camino de santiago. Tiene pinturas rupestres, grupo arqueológico con silos romanos, tumbas medievales, árabes, trincheras de la guerra civil española, etc.





A continuación vamos a contar como se desarrollaron los últimos días de la conquista de Moclín por parte de los cristianos, según nos cuenta Washington Irving en su libro 'Crónica de la conquista de Granada' y basado en los hechos narrados por Fray Antonio Agápida, quién fué su autor y que era un ferviente católico, estos hechos son tan curiosos que vale la pena conocerlos:

DE COMO EL REY FERNANDO ATACÓ A MOCLÍN Y DE LOS EXTRAÑOS SUCESOS QUE OCURRIERON EN SU CONQUISTA:





Los Reyes Católicos- dice Fray Antonio Agápida- habían cortado de raíz el ala derecha de los rapaces moros. En otras palabras, la mayoría de las plazas fuertes a lo largo de la frontera occidental de Granada, cayeron bajo los tremendos impactos de la artillería cristiana. El ejército de Fernando se hallaba acampado a la sazón frente a Moclín, una de las más inquebrantables fortalezas de la frontera en el término de Jaén, asentada en una alta colina de roca, cercada estrechamente por un río. Un tupido bosque protegía la parte posterior del pueblo, del lado de la montaña. En aquella firme posición, dominaba con sus almenadas murallas del frente y sus macizas torres, todos los pasos de esa región del país, motivo por el cual se conocía con el nombre de "el escudo de Granada".






Moclín tenía que pagar una doble deuda de sangre a los cristianos, pues, doscientos años antes un maestre de Santiago y sus caballeros perecieron lanceados por los moros ante sus puertas. Más recientemente, ellos realizaron también una terrible mortandad entre las tropas del bondadoso conde de Cabra, en su precipitado intento de atrapar al viejo Zagal.









 El orgullo de Fernando fue picado desde entonces porque se le obligó a desistir de su plan y abandonar el ataque previsto sobre la plaza. En consecuencia, estaba deseoso de tomar una completa represalia.

Pero, anticipándose el Zagal a una segunda tentativa, abasteció la plaza con suficientes municiones de guerra y provisiones, ordenando excavar trincheras y construir nuevos baluartes , así como trasladar a la capital a todos los ancianos, mujeres y niños.





Tan grandes eran la resistencia de la fortaleza  y las dificultades naturales de su situación, que Fernando previó muchos inconvenientes para conquistarla y realizó todos los preparativos para sostener un largo asedio. 
En el centro de su campamento levantó dos grandes montículos: Uno de sacos de harina y el otro de granos, a los cuales llamó "el granero real".





Apostó luego tres baterías de artillería pesada contra la ciudadela y las principales torres, en tanto que la artillería liviana, arcabuces, ballestas y artefactos diversos para el lanzamiento de proyectiles, fueron distribuidos por varios sitios para mantener un fuego constante sobre las ocasionales brechas abiertas por los cañones y bombardas y sobre los soldados de la guarnición que se asomasen a las almenas.
Pronto se pudieron ver las huellas dejadas por las bombardas en las obras ordenadas por el Zagal, al ser demolidas una parte de las murallas y varias de sus altivas torres, las cuales, debido a su gran altura, se consideraban inexpugnables antes del empleo de la pólvora.





Los moros procedieron a reparar sus muros en la mejor forma posible y confiando todavía en la ventaja de su situación, mantuvieron una resuelta defensa disparando desde sus encumbradas almenas y torres sobre el campamento cristiano.
Por espacio de dos noches y un día se sostuvo un incesante fuego y no hubo ningún momento en que se dejase de oir el estrépito de la artillería, ni tampoco se pudiesen evitar cuantiosos daños, tanto entre los moros, como en medio de los cristianos. No obstante, aquel era más bien un conflicto de artilleros que de galantes caballeros, donde no salieron a combatir tropas, ni hubo choques personales entre guerreros, ni molestas cargas de caballería. Los hidalgos y sus huestes permanecieron en observación, sin emplear para nada sus armas, esperando tener una oportunidad para distinguirse con sus proezas al escalar las gruesas murallas o tomar por asalto alguna brecha. Sin embargo, como la plaza no era accesible sino por un lado, probablemente la resistencia sería larga y obstinada.

Los artilleros, como era usual, descargaron no sólo bolas de piedra y acero para demoler las murallas, sino también bolas incendiarias, fabricadas con materiales de combustión inextinguible, destinadas a prender fuego en las viviendas.




Una de esas bolas pasó a gran altura, como meteoro, lanzando chispas y estallando después de atravesar por la ventana de una torre utilizada como santabárbara. De inmediato la torre voló por los aires con una tremenda explosión; los soldados moros que vigilaban en las almenas fueron aventados al espacio y cayeron, mutilados, en varios lugares del pueblo y las casas de la vecindad quedaron completamente en ruinas, como si hubiese ocurrido un terremoto.
Los moros nunca habían sido testigos de una explosión semejante y atribuyeron la destrucción de la torre a un hecho sobrenatural. Algunos cuantos, quienes vieron descender la bola encendida, imaginaron que era fuego caído del cielo para castigar su terquedad. El mismo piadoso Agápida piensa que aquella feroz misiva fué dirigida por mediación divina para confundir a los infieles, opinión en la que apoyan otros historiadores católicos.
Al considerar que el cielo y la tierra estaban confabulados, por decirlo así, contra ellos, perdieron toda esperanza y capitularon. Los cristianos les permitieron salir llevando todos sus efectos personales, con excepción de las armas y municiones de guerra.

El ejército católico (dice Antonio Agápida) entró en Moclín con gran pompa, no en plan de licenciosa hueste, atenta solo a saquear y desolar, sino como un grupo de guerreros cristianos dispuestos a purificar y regenerar aquella tierra. El estandarte de la cruz, esa gloriosa enseña de esta santa cruzada, fue llevado adelante, seguido por los demás pendones del ejército. A continuación cabalgaban el rey y la reina, a la cabeza de gran número de caballeros armados, acompañados por un séquito de curas y frailes con el coro de la capilla real cantando el "Te Deum laudamus". La multitud enmudeció cuando los vió pasar por las calles en tan solemne actitud y sólo se podían oír las antífonas del coro. Mas, repentinamente oyeron brotar de las profundidades de la tierra otro conjunto de voces cantando el imponente responsorio "Benedictus qui venit in nomine Dómini".(Bendito el que viene en nombre del señor). La procesión se detuvo asombrada, aquellas voces eran de los cristianos cautivos, entre los que se encontraban algunos clérigos recluidos en los calabozos subterráneos.
El corazón de Isabel se conmovió mucho, ordenando que inmediatamente pusieran en libertad a aquellos infelices; y todavía se conmovió más cuando pudo cerciorarse, contemplando su pálido, descolorido y demacrado aspecto, de lo mucho que habían sufrido. Sus hirsutos cabellos y barba les crecieron muchisimo y se hallaban consumidos por el hambre, semidesnudos y encadenados. La reina dispuso entonces que se les vistiese y alimentase, proporcionándoles dinero para que se encaminasen a sus hogares.
Algunos de aquellos cautivos eran valientes caballeros heridos y tomados prisioneros cuando el conde de Cabra sufrió la derrota a manos de el Zagal el año anterior. Se encontraron, asimismo, tristes rastros de aquel desastroso lance, pues hurgando en el estrecho desfiladero donde ocurrió la derrota, aparecieron restos de varios guerreros cristianos entre la maleza, detrás de las rocas y en las grietas y hendiduras de las montañas. Algunos quizá habían caído de sus corceles o tan gravemente heridos que no lograron huir. Arrastrándose entonces fuera del campo se escondieron para no caer en poder del enemigo, pereciendo así miserablemente sin nadie que los ayudase a bien morir. Los cadáveres de los más distinguidos pudieron reconocerse por sus armaduras y divisas, siendo llorados por los compañeros que con ellos compartieron los desastres de aquel día.
La reina mandó reunir sus despojos, como las piadosas reliquias de tantos otros mártires que antes cayeron en defensa de la fe, y ordenó enterrarlos con gran solemnidad en las mezquitas de Moclín, previamente purificadas y consagradas a la adoración cristiana.
Allí -dice nuestro piadoso fraile Agápida- descansan los huesos de aquellos verdaderos caudillos católicos, en la tierra santificada con su sangre; y todos los peregrinos que pasen por esas montañas, ofrendan oraciones y misas por su eterno descanso.
Isabel permaneció un tiempo más en Moclín para consolar a los heridos y prisioneros, poner orden en los nuevos territorios adquiridos y fundar iglesias, monasterios y otras instituciones piadosas.
 
 Mientras tanto el rey marchaba al frente dejando asolada la tierra de los filisteos -dice el metafórico Agápida-. La reina siguió luego sus pasos, como el agavillador va tras los de la segadora, recogiendo y acopiando la cosecha caída bajo su hoz. En esta tarea era asistida grandemente por los consejos de aquella nube de obispos, frailes y otros santos varones que continuamente la rodeaban, reuniendo los primeros frutos de esta tierra de infieles en los graneros de la iglesia.

Dejándola, pues, en tan devotos menesteres, el rey continuó en su carrera de conquistas, proponiéndose devastar la vega y llevar el fuego y la espada hasta las propias puertas de Granada.






Hasta aquí lo escrito por Washigton Irving en su libro "Crónica de la conquista de Granada" y cuya narración fué realizada por Fray Antonio Agápida, cuyos manuscritos originales se encuentran conservados en la biblioteca de El Escorial.





1 comentario:

  1. Hola a todos,

    Soy un prestamista privado, ofrezco un préstamo al 2%. Esta es una compañía legítima con honor y diferencia. Estamos listos para ayudarlo en cualquier problema financiero que sea. Ofrecemos todo tipo de préstamos, así que si está interesado en esta oferta de préstamo. Por favor contáctenos en nuestro correo electrónico: (anggadiman1@gmail.com)

    También proporcione los siguientes detalles para que podamos proceder con el préstamo de inmediato.

    Nombre:
    Cantidad requerida:
    Duración: a
    país:
    Propósito del préstamo:
    Ingreso mensual:
    Número de teléfono:

    Contáctenos con los detalles anteriores en nuestro correo electrónico: anggadiman1@gmail.com

    Saludos a todos.

    ResponderEliminar